lunes, septiembre 24, 2007

Exactamente 31 minutos, 21 segundos

Si existiera una foto la pondría pero no la hay. Así que mejor describo la escena: el escenario es la calle principal de Autlán, cerrada a la circulación vehicular y abierta al libre tránsito de los deportistas, el protagonista soy yo. Vestido con un short deportivo negro, una playera sin mangas blancas con naranja, una cachucha Nike pirata naranja con blanco, lentes negros y tenis que se rompieron. Si hubiera una foto reflejaría que estaba fundido, cansado, agobiado, triste, pero que sabía que era mi deber seguir corriendo.

Ayer regresé a la competencia. Corrí 8,200 metros en casi 15 mil pasos, en tres vueltas a un circuito callejero y en exactamente 31 minutos 21 segundos. Otra vez, fui el último en cruzar la meta, pero poco me importó.

Antes correr me aburría, me parecía monótono, intrascendente, un ejercicio simple. Ahora le encuentro significados supremos, enseñazas especiales y aplicables a la vida cotidiana. Lo que más se necesita es paciencia y yo carezco de ella. Concentración y ritmo.

La oficina, el trabajo, el mundo diario es una carrera, que si la vivimos de golpe nos truena y no la terminamos, es como una carrera de muchos kilómetros, que hay que llevarla a ritmo semilento, abrir el compás en las bajadas, apretar el abdomen en las rectas y hacer el paso más corto en las subidas. Y se necesita paciencia.

Para guardar el último esfuerzo, para no desbocarse, para medir, calcular, pensar y sobre todo para entender, que la capacidad humana es única de sobreponerse, de sobrepasarse, de que si por flojera creemos que estamos cansados, siempre, siempre, siempre, quedan pasos que con voluntad se avanzan y cuando menos te das cuenta la meta está a cien metros y entonces sí, es hora de comerse al mundo.

Exactamente 8,200 metros en 31 minutos 21 segundos. La última vez fueron 7,400 en 38 minutos. Ya espero la que sigue.

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