viernes, septiembre 28, 2007

¿Será que me hago viejo?

Me he sentido viejo tres veces en la vida.

Momentos específicos y reales, cuando me salió la cana brinqué de gusto, cuando un niño me dice "señor" en la calle se me hace normal y me importa un carajo, no eso no.

Momento UNO. Viajaba yo en un auto de Ciudad Guzmán a Autlán hace como seis años, prendí la radio y no recuerdo en qué estación el locutor dijo: "Y ahora una canción del recuerdo con ustedes de La Onda Vaselina, Te quiero tanto, tanto" Chingue a su madre. Recordé que con esa rola yo enamoraba adolescentes con mi guitarra en la secundaria y la expresión canción del recuerdo me hizo sentir viejo.

Momento DOS: Días después de ese incidente llegaba yo a mi casa cuando ví a una vecina con su novio afuera, eso sería normal e intrascendente pero mi vecina era: "La niña de Doña Lupe", Mariela, una muchacha que cuando llegué a esa casa y la conocí, tenía cuatro o cinco años, y luego diez años después ya está afuera de su casa, de la mano con un tipo, caí en cuenta que la "Niña de Doña Lupe" había crecido y que seguramente yo también.

Momento TRES: El último mes. A principios me llegó una revista que resumía "Los diez mejores bares de Autlán" puta y yo siempre dije que no más había tres. Resulta que no conozco ni a cuatro ¿Porqué ya no salgo? me pregunté y me sentí viejo. Luego en la fiesta del 15 de septiembre había mucha gente conocida, bailando, bebiendo, pasándola a toda madre y aunque conocía al 60 por ciento de la gente que estaba ahí me sentí fuera de lugar. Para acabarla cuando Martha me pasó las fotos, me dí cuenta que en ninguna, pero en ninguna tengo ya cara de niño, esos chiripazos que me hacían ver grande en la prepa, o luego los chiripazos recientes que me hacían no verme adulto se acabaron. Miren esta foto:



Crecí con la música en Casetts, por eso tengo la ligera sospecha de que el LADO A de mi casset está a unos años de terminarse.

Y aunque lo parezca, no me genera tristeza.

miércoles, septiembre 26, 2007

Lecciones taurinas: Revolera

Una de las cosas más hermosas de la vida es la fiesta de los toros, malinterpretada por algunos, odiada por muchos, y mal entendida por la mayoría de los detractores. En fin, respeto esas posturas.

Como hacía mucho no posteaba nada de toros tendría un montón de cosas que decir, pero como aquí suelo darle rienda suelta a mis instintos vanidosos les dejo esta foto, que está bien chida y en donde estoy yo haciéndole al toreo con una suerte que se llama Revolera.



Se hace en el primer tercio de la lidia con el capote de brega, es una suerte que sirve para rematar las tandas, está bien chida porque el capote se extiende y parece convertirse en una hermosa flor. Aunque la mía esté más bien media marchita, snif.

La foto la tomó Martha, el que la hace de toro es Alejandro Tapia, El Loco de la Quinta, Novillero de Autlán.





Olé.

lunes, septiembre 24, 2007

Exactamente 31 minutos, 21 segundos

Si existiera una foto la pondría pero no la hay. Así que mejor describo la escena: el escenario es la calle principal de Autlán, cerrada a la circulación vehicular y abierta al libre tránsito de los deportistas, el protagonista soy yo. Vestido con un short deportivo negro, una playera sin mangas blancas con naranja, una cachucha Nike pirata naranja con blanco, lentes negros y tenis que se rompieron. Si hubiera una foto reflejaría que estaba fundido, cansado, agobiado, triste, pero que sabía que era mi deber seguir corriendo.

Ayer regresé a la competencia. Corrí 8,200 metros en casi 15 mil pasos, en tres vueltas a un circuito callejero y en exactamente 31 minutos 21 segundos. Otra vez, fui el último en cruzar la meta, pero poco me importó.

Antes correr me aburría, me parecía monótono, intrascendente, un ejercicio simple. Ahora le encuentro significados supremos, enseñazas especiales y aplicables a la vida cotidiana. Lo que más se necesita es paciencia y yo carezco de ella. Concentración y ritmo.

La oficina, el trabajo, el mundo diario es una carrera, que si la vivimos de golpe nos truena y no la terminamos, es como una carrera de muchos kilómetros, que hay que llevarla a ritmo semilento, abrir el compás en las bajadas, apretar el abdomen en las rectas y hacer el paso más corto en las subidas. Y se necesita paciencia.

Para guardar el último esfuerzo, para no desbocarse, para medir, calcular, pensar y sobre todo para entender, que la capacidad humana es única de sobreponerse, de sobrepasarse, de que si por flojera creemos que estamos cansados, siempre, siempre, siempre, quedan pasos que con voluntad se avanzan y cuando menos te das cuenta la meta está a cien metros y entonces sí, es hora de comerse al mundo.

Exactamente 8,200 metros en 31 minutos 21 segundos. La última vez fueron 7,400 en 38 minutos. Ya espero la que sigue.