miércoles, diciembre 09, 2009

Historia

Son la cinco de la tarde. Ya terminé de escribir y de grabar algunas notas para el noticiero de mañana. Tendría que ir a cubrir la sesión de Ayuntamiento pero me avisan que iniciará hasta dentro de una hora. Técnicamente tengo una hora libre.

Y me puse a leer y a revisar algunas cosas y de repente me dieron ganas de volver aquí y escribir, porque leía algunos post y me di cuenta que mi vecina adolescente ya ha tenido como tres novios que, afortunadamente para mí, no le llevan serenata con narcocorridos. Que han pasado por lo menos doce cosas que cuando pasaron dije: "esto estaría chido ponerlo en el blog", pero que por holgazán, nada más no lo he hecho. De repente como que escribir aquí dejó de ser divertido.

Pero hoy me dieron ganas de venir y no prometo hacerlo ya a partir de ahora, ni hacerlo con frecuencia, pero hoy contaré una de esas historias, hoy ficción, que se quedaron en el tintero.

El jabón

En las manos del hombre aún quedan remansos de paz. Cuando el corazón se acelera, pone las puntas de los dedos en la naríz y aspira, al principio bastaba un suspiro suave. Hacía un par de horas que para reconocer el olor a mujer había que sorber fuerte, como aspirando una raya de coca.

El hombre mete la cabeza en la almohada. Las sienes casi le estallan. Cuando siente no poder más, camina hacia el baño y en el metro y medio que hay al lavabo, parece caminar como por la viga de un edificio en construcción en el piso catorce. El suelo se aleja. El suelo regresa. Vomita.

Las manos del hombre están frente a los ojos. Dentro de los ojos se dibuja la imagen de la mujer. La piel morena con pecas en el pecho, en el cuello y en los senos. Las mejillas con el rubor de los golpes. Los ojos inflamados por las lágrimas, un verde claro rodeado de rojo. Más al sur está un vientre plano, que se infla y desinfla con la respiración. Y unas caderas que huyen como peces en el agua.

La cabeza del hombre está bajo el chorro de la regadera. Sus pies están fríos. Sus dedos recorren los brazos que la mejor arañó. En los oídos está el agua de la regadera, los automóviles en la calle. El radio que anuncia ofertas de las compras navideñas. Y los gritos de la mujer.

Las manos del hombre abrazan la espalda de la mujer. Las piernas obligan a las piernas a no cerrarse. La barba besa los labios y los raspa. El aliento muerde. Los dientes no ofrecen tregua. El pelo es la toalla para secar el sudor. La saliva. La sangre. Y bajo las uñas queda el olor.

El jabón no se lleva el olor del hombre. El jabón no conserva el aroma de la mujer. La espuma no cura las heridas. La espuma no pega los pedazos de corazón. El jabón vuela y cae a los pies del hombre. En los ojos se mezclan la barra azul y la piel moteada. El pie frío da un paso en falso. La imagen se rompe en diez mil pedazos, junto con la cabeza.

Nueva sangre. Nuevo olor. No hay jabón que lo disfrace.

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